------------------------------------------------------------------------------------------------
Era muy pequeña, debía de tener alrededor de siete años, cuando envié una carta a los Reyes Magos. La carta decía algo así:
“Queridos Reyes Magos de Oriente:
Este año no voy a pedir nada, a pesar de que he sido una niña muy buena. La razón es que, si os pido algo, sé que no me lo vais a traer, como en estos años anteriores. ¿Dónde está mi Barbie, mi patinete rosa y mi juego de tazas de té? Tengo que admitir que me divierto mucho con las marionetas de trapo que me traéis cada 6 de enero (bueno, cada 5 de enero) pero no es nada comparado con esos juguetes que están expuestos en los escaparates de las tiendas. Y estoy muy enfadada por que a Fernando, que nunca se porta bien en clase, siempre llega al colegio con un regalo nuevo. Me habéis defraudado todas las Navidades. Así que tened por seguro que está será mi última carta.
Hasta siempre, Melchor, Gaspar y Baltasar.
Ángela”
Me acuerdo de que, cuando mi madre leyó la carta, se echó a llorar. Mi padre, tras leer la carta y pegarle un sello para enviarla, se fue a trabajar y no volvió hasta entrada la noche. Mamá y yo estábamos sentadas frente a la chimenea mordisqueando un trozo de pan, nuestra única cena, cuando él llegó. Esbozaba una sonrisa triunfal. Pidió hablar con mi madre a solas. Nuestra casa era muy pequeña, solo tenía dos habitaciones, un baño y una cocina/ comedor/ salón / dormitorio / sala de juegos todo en uno. No volvieron hasta media hora después y, esta vez, ambos sonreían.
No me enteré del motivo de su felicidad hasta años más tarde. Pero mi felicidad apareció el 6 de enero de ese mismo año, cuando me levanté desganada, segura de descubrir otra marioneta dentro de mi zapato. Pero me sorprendió descubrir que mis regalos de ese año no cabían dentro del zapato. Desperté a mis padres ilusionada. Ellos, aún adormilados, sonrieron al descubrirme tan feliz. Abrí mis regalos con ansia. ¿Cómo podía esperar que dentro de cada paquete se encontrasen mi muñeca Barbie, mi patinete rosa y mi juego de té? Tampoco podía esperar que, escondida tras mi zapato, se encontrase un hada de trapo, una marioneta que siempre había querido.
A los 10 años descubrí que mis padres fueron los que organizaron todas mis Navidades, incluida la mejor de mi vida, la de mis 7 años. Nos mudamos a un piso en el centro de la ciudad, con muchas habitaciones, y nuestras cenas fueron más abundantes en los años venideros. Dimos la bienvenida a Carlota, mi nueva hermanita, y nuestra vida fue mejor desde entonces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Nos dedicas unos segunditos de tu vida?