jueves, 29 de agosto de 2013

Crónicas de una fumadora #1

Nada. Eso es lo que me pasa. Que no me gusta reír porque tampoco sé llorar, y hacer alguna de las dos cosas descompensaría la balanza entre la felicidad y la tristeza. Y muchas lágrimas son malas, pero muchas risas también, porque es imposible sonreír si antes no te has lastimado. Una vez creí que no podría parar de reír. Tenía ocho años y, esos minutos en lo que me dolía la tripa de tantas carcajadas los echo de menos. Entonces era una ingenua, pero por aquel momento yo me creía bastante mayor y bastante alegre era yo. Oh, cómo nos cambia la vida. Al día siguiente, seguía en mis ocho años de inocencia, mis amigos no me llamaron para que jugara con ellos. Me sentí traicionada, apenas sabía nada de las tragedias que ocurren por todos lados como para no llorar por esa desgracia que me acababa de ocurrir. Y mis amigos no me llamaron ese día. Me llamaron un día después. Así que, nada. No me pasa nada.

Hace poco decidí que dejaría de fumarme todas esas mierdas y me fumaría un cigarro. Pero una no puede encender un cigarro sin mechero, igual que uno no puede gritar si es mudo o abrazar sin motivo. Mi problema es que quiero abrazar, pero no me molesto en encontrar el motivo. Estoy cansada de hacer las cosas pensando, es una estupidez. Y yo no me consideraría estúpida hasta que pasaran otros ocho años y dijera "cuando tenía dieciséis... que ingenua era", porque estoy segura de que es una especie de círculo vicioso en el que te sientes obligada a hablar mal de tu yo de hace unos años. Así que me he comprado un mechero con el que prender fuego a todo, incluido ese cigarro.

Y ahora ya no queda nada, salvo mi desinterés por todo y por nada. El maldito cigarro se ha caído de mi mano a la hierba húmeda y yo no me preocupo por recuperarlo, ni pisarlo, ni soltar el humo que está atrapado en mi garganta. Como mis palabras, nunca salen cuando quiero. Pero en este momento, he gritado. Y no he gritado ni de impotencia, ni de felicidad, ni de hastío ni nada parecido. Ha sido uno liberador. ¿Por qué liberador? Porque hasta ahora yo no era ni triste ni feliz, y he descubierto que lo que soy es una chica estresada.

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¡Hola a todos! Las vacaciones ya se van acabando, y con ellas mi vagancia, así que me he propuesto escribir más. 
Espero que os haya gustado la entrada, y si habéis visto el título tal vez os preguntéis, ¿por qué está numerada? Bueno, Chic-girl y yo hemos escrito una entrada inspirándonos en la foto de arriba, y hemos decidido publicarla en distintas entradas. No tienen nada que ver la una con la otra, ni tiene que ver con nosotras, es totalmente ficticia, no tiene nada de real. Sólo lo hemos hecho nosotras dos, pero si alguna del resto de escritoras se apunta, tal vez haya una tercera parte y así. La verdad es que la de Chic-girl está muy bien, os dejo con la intriga (que mala soy...).
¡Espero que hayáis disfrutado con este relato!
Besos,

sábado, 24 de agosto de 2013

Que me mojen


Las olas se agitaban bruscamente en el enrarecido mar. Mis piernas se balanceaban en el aire, yo sentada en lo alto del acantilado, sin pensar en que un pequeño movimiento en falso me precipitaría a una muerte más que segura. El viento rugía y me azotaba el cabello castaño enmarañado, pero si cerrabas los ojos no te fijabas en los detalles como que la roca arañaba la parte inferior de mis muslos o que el olor de lluvia inminente era cada vez más potente. El problema es que a veces hace falta abrirlos. Y no sé si abrirlos será bueno o malo, tal vez me empiece a quejar de mis arañazos, me levante y me marche, tal vez vea las olas tan altas que me mojen la planta de los pies y tenga frío, siempre me pongo en el peor de los casos, esta vez ha sido la excepción.

Abro los ojos. Unas nubes negras como el azabache se yerguen sobre mí, dispuestas a empaparme. <<Que me mojen>>, pienso. No hay ninguna sensación mejor que esta, ninguna. Es la sensación de libertad. Tal vez alguien lo viera como soledad, una chica sin lugar a donde ir bajo una lluvia torrencial y sin nadie que le tienda su abrigo para cubrir sus brazos desnudos. Esa sería la peor sensación que se podría sentir allí. Pero yo me sentía libre, libre como para bailar bajo la lluvia aunque fuera un baile de dos y solo hubiera uno, libre como para gritar de puro alborozo solo por sentirme como me siento.

La lluvia empieza a repiquetear sobre mi cabeza. Me gusta su sonido. Me siento en una escena de la típica novela de amor, solo que sin el chico enamorado que me encuentra toda mojada y me tiende un paraguas bajo el que nos besamos y me lleva a su casa para besarnos aún más. Tengo las dos opciones, la de salir de ahí o ganarme un constipado. Me quedo con la de soñar despierta, mientras las olas se rompen, al igual que mis lágrimas de alegría. 
Noviembre.

sábado, 3 de agosto de 2013

Tal vez si existiera...

Bajo la mirada y descubro un pequeño sobre, está medio abierto, húmedo y lleva manchas de un tono gris. Esas lágrimas ya están secas, se han quedado en el sobre como señal de recuerdo. Dentro del sobre no hay nada, más que hojitas de papel arrancadas en pequeños trozos. Parecen haber sido rasgados con fuerza y con odio. Apenas hace sol, a pesar de ser verano, las nubes del cielo están totalmente acumuladas unas sobre otras y no tienen un color muy claro. A lo lejos del largo y estrecho camino, logró ver una chica montada un caballo. Lleva un cuaderno, lleno de cartas, lleno de palabras con una caligrafía parecida a la de un niño. Corro hacia ella intentando que me ayude a terminar el camino. Sin embargo, ella no me oye, ella tan solo me ve como una luz. Al igual que los pájaros, al igual que la luna y el agua. Todos mis sentimientos quedaron escritos en aquella carta sin destino. Sabía que nunca terminaría en manos de nadie que pudiera leerla. Tenía que distribuirla y mostrar al mundo lo que sentí por ti. Sabía que aquellos besos serían los últimos, creí que podíamos formar un infinito, pero no todos los infinitos son tan grandes. Sumergida en lágrimas que me ahogaban, sentía el impulso de caer en el vacío, mis piernas empezaron a sentirse débiles y allí floté tímidamente entre las nubes. Sentí que la libertad que todos buscamos, estaba allí, lejos de la vida. En un lugar paralelo a este mundo, donde las sogas que habían puesto sobre mí, se convertían en simples pulseras con un suave tacto.
La libertad siempre está lejos, estaría más cerca si existiera