Mi oso de peluche

Era el día de nuestro aniversario, y también el último día de clase, lista para ir de vacaciones a mi querida playa. Le vi a lo lejos. Yo vestía mi camiseta preferida y mis shorts bien combinados. No veía el momento de acercarnos y felicitarnos este año tan feliz que habíamos vivido juntos. Agarré mi mochila rosa con fuerza y sin parar de mirarle, como si fuera un imán y yo un simple clip de color azul, me fui con mis amigas a mi clase. Él me miró, y yo aparté la vista, como si las tornas hubiesen cambiado y yo fuera su atracción y él el pobre material atraído. Me llamó y yo fui con mis torpes andares de loca. Me cogió de la mano y me llevó a un lugar apartado de oídos cotillas que solo se preocupan de lo que les pasa a los demás. Allí, me entregó un paquete envuelto en papel de regalo y yo le di mi pequeña cajita que contenía un reloj ya programado con la hora correcta y un dibujo que con tanto amor había coloreado. Me deseó un año juntos todavía mejor y yo le imité. Se fue y yo me quedé ahí plantada, con su paquete en la mano y la otra en la asa de mi mochila. Me aseguré de que no había nadie, dejé el regalo en el suelo y me quité la mochila. Saqué la pequeña orejita de mi oso de peluche y le susurré:

-Todo ha salido bien. Gracias por darme suerte.

Supongo que me lo había traído en un principio porque él era el que me infundía el valor de hacer las cosas que hago, aún sabiendo que si alguien descubría que lo llevaba en mi mochila se burlarían y sería el hazme-reír todo el verano hasta que el primer día de clase otro hiciera el ridículo. Pero eso no pasó. Las horas pasaron, deseé un típico "feliz verano" a todos y derramé un par de lágrimas por despedirme de mis amigas. No abrí el regalo. Dormí abrazada a mi preciado peluche, deseando que llegara la mañana para abrir mi regalo (había decidido abrirlo a principios de verano, para que fuera el verano perfecto. Odiaba aquel halo de niñez que me rodeaba cada vez que mi piel rozaba el pelo de mi teddy bear, pero ya era una parte de mí, la parte infantil. 

Me desperté pronto, tal vez a las seis de la mañana. La luz traspasaba brillante el cristal de mi ventana. Era el momento. Cogí el paquete y lo abrí, junto a una pegatina en la que se leía "pienso mucho en ti", se encontraba algo que necesitaba y quería. Con una sonrisa en la cara y mi oso y el regalo pegados a mi pecho, pasé el resto de la mañana así y el resto del verano.

Vuelta a clase. Vuelta a verle todos los días con su pelo despeinado y su bromas. Hasta aquel día en el que lo nuestro acabó. Tal vez aquel día yo saqué muy a la luz mi lado infantil que no hace justicia a mi edad, o tal vez tuve que llevarme a mi osito para que me diera suerte. Pero ese día no estaba marcado en mi calendario como el día en el que mi corazón se destrozaría. De ser así, tal vez mi peluche me hubiera acompañado para consolarme o para secarme las lágrimas con un poco de su relleno. De todas formas, los primero que hice al llegar a mi casa fue contarle mi mala anécdota y abrazarlo hasta el punto en el que si hubiera sido una persona, le hubiera ahogado. Lo importante es que me acompañó en mi soledad y en mis momentos alegres. 

Y aunque ese oso fue solamente creado por mi subconsciente para que me ayudara en los malos momentos y me abrazara en los buenos, aunque solo fuera para sentirme feliz, ese peluche inexistente fue tristemente mi mejor amigo, y el día que lo perdí entre mis cajones desordenados, desapareció, aunque su aura seguía a mi lado cada noche, y me impregnaba de buena suerte aunque jamás lo volviera a ver. Y ahora, en los momentos difíciles, mi peluche viene a visitarme a mi cama y se tumba conmigo para que al día siguiente, yo esté feliz.