Anocheció pronto durante mi viaje en coche. Escuchando música pop y melancólica, observando el paisaje con miles de farolas, tiendas, pura ciudad. Yo odio las luces de la ciudad. Prefiero alejarme de los altos edificios y pasar a los pequeños pinares y las montañas lejanas. Por fin lo hicimos. Yo adoro eso sólo para conseguir ver luminosas estrellas. Pero mi decepción llegó pronto, al ver grandes nubarrones que amenazaban tormenta, y que tapaban mi ilusión de los viajes en coche. Pocos días conseguía ver estrellas, mucho menos constelaciones. Pensaba que tal vez las nubes huirían por un viento acechante. Y tal vez aquella ráfaga que se las llevó escuchó mis pensamientos, porque en ese momento el cielo se consiguió llenar de puntitos, algunos con más intensidad que otros. Y en ese momento, tal vez fue mi imaginación, tal vez fue real, una estrella fugaz cruzó el cielo y yo le pedí que simplemente le diera las gracias a esa ventolera que había disipado aquellos cúmulos para dejarme disfrutar de la belleza de la estela de una estrella fugaz.
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