Os dejo el relato, por favor me gustaría que dierais algo de opinión, si queréis.
¿Enamorada, sí o no?
Una chica
muy pequeña de rizos rubios y con una
blusa y una falda de volantes a topos,
caminaba por el bosque sola y sin un lugar al que dirigirse. Tenía lágrimas en
los ojos y decidió sentarse en un suelo lleno de flores de colores vivos. La
niña seguía llorando y le sorprendió ver como una flor de color rosa chicle se
elevaba y volaba hacia ella.
La niña dejo
de llorar por la alegría que le causaba aquella flor y se acercó para cogerla
del tallo. De repente en la flor apareció una carita redonda muy pequeña y más
tarde se fue convirtiendo en lo que la niña entendía como un hada. Tenía las
alas transparentes y llevaba un bonito vestido largo de color rosa chicle.
-Hola, ¿cómo
te llamas?- preguntó el hada.
-Me llamo
Carla y tengo seis años.
-¿Y qué
haces aquí sola?
-Estábamos
jugando al escondite y mis amigas me dejaron sola.
-Pero, ¿las
buscaste?
-La verdad
es que me di por vencida porque siempre se esconden en lugares muy difíciles
para que me canse y me ponga a llorar y siempre lo consiguen.
Una lágrima
volvió a caer por su mejilla, pero el hada extendió su dedo y no dejo que esa
lágrima llegara a su moflete.
-No te
preocupes porque te voy a convertir en un hada, pero nunca jamás podrás decir
nada de esto a nadie.
-¡Vale,
vale!
-¿Lo prometes?
-Claro,
ninguna persona hará que revele este secreto.
El hada
asintió y con unos polvos dorados que brillaban tanto como una estrella hizo
que Carla en un minuto tuviera unas alas tan blandas como el algodón y de su
color favorito, el verde.
-Me encanta,
ahora podré volar y mis amigas se morirán de envidia.
-Recuerda
que has prometido no decírselo a nadie.
-¡Ay, tienes
razón! Qué pena.
-Bueno
siempre que quieras que tus alas aparezcan o desaparezcan pronuncia la palabra:
Chicle.
-Muy bien y
muchas gracias.
-Me tengo
que ir y recuerda, no se lo digas a nadie…
Carla rio.
En ese momento se sentía la mejor persona del mundo, había conocido a un hada y
allí en ese país llamado Nueva Cecilia estaba prohibido creer en esas criaturas.
Su madre
siempre le decía que las hadas eran muy caprichosas, siempre concedían deseos
pero nunca se daban cuenta de la responsabilidad que tenía ese deseo o de lo
que supondría que esa persona rompiera una promesa, por eso siempre le decía
que no se acercara nunca a un hada, pero
a Carla siempre le había parecido una chorrada.
No creía que
una criatura tan pequeña pudiera hacer daño a un humano, pero ella pensaba que
el único daño que existía era cuando te pegaban y empezabas a llorar porque la
rodilla te sangraba, pero eso no era así.
Se dirigió
tan tranquila a su casa y como de costumbre su madre se encontraba cuidando las
plantas del jardín.
-Hola, mamá.
-¡Qué pronto
vienes!, ¿Qué te han hecho tus amigas hoy?
-Lo de
siempre pero ya me da igual como ahora soy un hada.
Su madre
palideció y dejo caer la regadera encima de las plantas, se acercó a Carla y le
dijo.
-Carla, ¿qué
has dicho?
-Que ahora
soy un hada.
-¡Pero qué
dices!, ¿Cómo vas a ser un hada?
-Sé que no
me dejabas que conociera un hada pero era de un color tan bonito que no pude
resistirme a cogerla y me convirtió en hada.
La madre no
cabía en sí de preocupación y formuló la pregunta que le daba más miedo.
-¿Qué te
puso como condición?
Esta vez fue
Carla la que palideció y rompió a llorar e inmediatamente se fue corriendo
hacia su habitación.
La madre ya
no podía más y dejo caer una lágrima. Sabía que su hija la había fastidiado y
que ya no podía hacer nada para que su hija se salvara de cualquier castigo de
las hadas.
Carla ya
estaba en su habitación y tiró con fuerza
la mochila contra la cama y cerró la puerta con pestiño. Ahora entendía
que el hada la había engañado ya que solo tenía seis años y lo más fácil era
que de tanta alegría se lo contara a cualquiera y Carla se maldijo a sí misma
por haber sido tan tonta y contárselo a su madre.
¿Qué castigo
podía esperarle? ¿La mataría? No, supongo que no, se decía Carla.
Entonces fue
cuando oyó los sollozos de su madre y no pudo aguantar más y pronunció la
palabra Chicle.
Sus alas
verdes aparecieron y abrió la ventana para escaparse lejos de aquel barrio.
Sabía volar aunque con un poco de torpeza y en la calle hacía calor, así
que no tendría problemas en volar y
escapar rápido.
Se dirigió
hacia el campo de amapolas donde nadie más que ella iba a allí a estar sola y
cuando posó de nuevo sus pies en el suelo ya nadie la sacaría de allí, pues no
creía que nadie la encontrase.
10 años
después….
Carla seguía en el campo de amapolas, ésta vez ya no jugaba
con las flores, si no que iba a buscar comida y materiales para construirse una
cabaña.
Una tarde en la que las nubes ocultaron el sol, Carla se
encontraba tumbada encima de las amapolas y estaba echándose una siesta.
Una voz la sorprendió y se levantó enseguida.
Carla ahora tenía el pelo mucho más largo y se le había
oscurecido un poco por los años pero seguía siendo igual de rizado. Ahora mismo
lo llevaba suelto y un poco aplastado por la siesta que se había echado.
Un chico de ojos marrones y verdes, pelo castaño largo y
alborotado se encontraba delante de ella.
-¿Quién eres y para qué has venido?- preguntó Carla que ahora
era bastante desconfiada.
-Tranquila, solo estaba dando un paseo y encontré este campo.
-Pues vete.
-Vaya…Tienes mala leche que
no te he hecho nada.
-Tienes razón, pareces un buen chico.
Él sonrió y se sentó al lado de Carla y empezaron a hablar de
sus vidas.
-¿Por qué estás aquí?
-Vivo aquí.
-¿Tú sola?
-Sí, aprendí a ser independiente hace muchos años.
-Vaya…es que ¿tus padre han muerto?
-Pues no lo sé.
-No entiendo nada de tu historia. Es muy raro.
-Háblame ahora tú de la tuya.
-Está bien hazme preguntas y te las responderé.
-Cuántos años tienes y tu nombre.
-Tengo 17 y me llamo Lucas.
-¿Vives solo?
-Aún no, mis padres no me dejan.
-¿Qué quieres ser de mayor?
-No creo que esa pregunta sea importante, pero bueno, quiero
ser futbolista.
-¡Cómo no! Todos los chicos quieren ser futbolistas.
-Jeje, es verdad. Es lo mejor que sabemos hacer.
Se quedaron mirando el cielo porque ya no sabían que decirse.
A
Carla le gustaba la personalidad de ese chico, sentía algo por él, pero
no sabía lo que era.
¿Podría ser amor o simplemente simpatía? <<No sé si
será amor, lo que sí sé es que soy fácil de enamorar>> se decía Carla.
Entonces fue cuando Lucas dijo:
-Oye y ¿tú tienes novio?
-Oye y ¿tú para que ibas a dar un paseo, para encontrar novia o qué?
-No, iba a dar un paseo para encontrar a una chica llamada
Carla y condenarla a no poder enamorarse de nadie.
Carla palideció, sabía que se refería a ella. Se quedó
clavada mirándole a los ojos y pudo ver cómo le aparecían unas alas negras por
detrás.
Se le dibujó una sonrisa pícara en la cara a Lucas y dijo:
-¿Creías que las hadas no podían ser chicos?
No respondió, no sabía qué responder y ya no valía la pena
huir pues se había vuelto dejar convencer por un hada.
-Cuando tenías seis años, no podíamos darte el castigo, eras
demasiado pequeña y aun con todo, las hadas también tenemos corazón. Pero
ahora, tienes 16 años y el amor es lo que más buscas a tu edad, por eso si te
enamoras, morirás al instante. Ese es nuestro castigo.
Esas fueron las últimas palabras que Lucas dijo y las últimas
que Carla escuchó, pues aunque intentaba convencerse de que no se estaba
enamorando, el amor no se puede ocultar, por eso Carla cayó rendida en ese
momento y Lucas dijo.
-Fácil enamorarse de mí, ¿verdad, guapa?
Se acercó y le dio un suave beso en la frente.
... cuando lo leei de una vez me lo imagine , la que mas me imagine fue la parte de Lucas cuando las alas se le salieron . de verdad muy buen relato
ResponderEliminarTienen un premio en mi blog http://myworldcrazypenguin.blogspot.com.ar/2013/01/nominaciones-d.html#comment-form
ResponderEliminarBesos♥
Muy bueno :)
ResponderEliminarMe encanta porque se puede relacionar con la realidad