lunes, 10 de diciembre de 2012

Soy tu ángel

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Tranquila, los malos momentos pasan, luego te darás cuenta de que
eran momentos buenos.
Yo sólo quería un poco de amor. Y él me lo díó. Y ahora estoy aquí. Descendiendo desde los cielos para bajar a aquel mundo al que llaman Tierra y al que apenas ningún ángel se había dignado a entrar. ¡No sabía que estaba prohibido amar! Ni siquiera él me defendió. No dió la cara por mí. Decidió abandonarme a mi suerte cual saco de estiercol. Cada vez me aproximaba más a la superficie. Una superficie negra con unas rayas blancas. Posé uno de mis pies descalzos sobre la carretera. Era áspera y rugosa. Hacía daño mientras andabas. Coches de colores venían de aquí y de allá, y no se habrían molestado en  parar si me hubieran visto en medio de su trayecto. Yo solo me dedicaba a esquivarlos. Comencé a volar. Un escalofrío recorrió mi espalda. Hasta ahora, no me había dado cuenta del frío que hacía. Mis alas se quedaron paralizadas y de pronto, se esfumaron. Caí con fuerza. Ya no estaba rodeada de coches. Era la azotea de un edificio. Me hacerqué al borde del precipicio. Estaba a una altura considerable. No tenía alas, había perdido al amor de mi vida y no tenía ni la más remota idea de lo que iba a hacer a continuación. Me toqué la cabeza. ¡Mi halo también había desaparecido! De repente, me vi cambiada, no llevaba la misma ropa, ni el mismo peinado, ni el mismo color de pelo ni de piel. Agité la cabeza y mi coleta alta me siguió. Me quería morir. Llevaba un collar. Tenía un colgante de una bolita plateada que sonaba como un cascabel. La hice sonar. Repentinamente, la puerta para ir a la azotea se abrió. Aparecieron un chico y una chica. Y lo más extraño era que esa chica era yo. O al menos, era como yo. Se percató de mi presencia y se acercó con pies de plomo hacia mí, temerosa. Estiró la mano para tocarme. No llevaba la misma ropa. Pero sí el mismo collar. Me llevé la mano a él. Ella se dió cuenta he hizo lo que yo. Y exclamé:

-Soy tu ángel...

Me quedé estupefacta. ¡Ahora me daba cuenta! Aquella niña, era la niña que yo había estado cuidando desde el día que nació, y la que hacía sonar aquel cascabel que me obligaba a bajar con ella desde el cielo. Nos fundimos en un reconfortante abrazo. Me sentía feliz. Mi cuerpo traspasó el suyo. Y se metió en él. Mi cuerpo no volvió a aparecer. Ahora habitaba dentro del de mi protegida. Así siempre le ayudaría. ¡Claro! En realidad, bajar a la Tierra nunca había sido un castigo. Amar nunca había sido un castigo. Era un privilegio. Me vi envuelta en un mar de pensamientos. Y los pensamientos de la chica, interrumpieron los míos. Y mientras yo le susurraba al oído palabras ininteligibles, ella esbozaba una sonrisa. Había dejado de ser ángel para ser... Alguien mejor. Alguien más frágil, más sensible que yo... Y a la vez, era yo.

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